REENCUENTRO

         Imagen de la primera obra presentada en 
         el Teatro de la Casa de Cultura del Cañar,
         de regreso a la nueva normalidad.
         Foto: (J.P)
         
El teatro los asientos vacíos se comienzan a poblar. El lugar toma vida nuevamente y algunas personas se reconocen y se saludan. Hace mucho tiempo que no se ven a causa de pandemia. Las luces del teatro se apagan, se escuchan palabras de bienvenida y agradecimiento. El público espera con emoción el inicio de la obra. Todo queda en silencio y solo una luz apunta al centro del escenario. Las miradas atentas, los lentes de las cámaras fotográficas listas para tomar su mejor cuadro, uno que otro teléfono móvil espera captar una imagen. La función empieza y el telón se abre. Se escuchan los pasos en las tablas, suena la música, la voz del actor se oye en la historia de un hombre que regresa a su pueblo después de haber terminado la universidad. Llegaba victorioso ante su familia y amigos con las letras de su especialidad: Lector de grandes autores literarios. Declama los más bellos poemas en el único restauran del lugar. Las meseras lo veían como un loquito. Una de ellas lo miraba distinto, como un soñador de palabras lindas que vivía su propio mundo que los cuerdos no podían imaginar. Se casan y convocan a la mejor fiesta nunca antes vista en el pueblo. Emocionado de haber encontrado por fin el amor, decide ser una persona normal. Tiene su trabajo de profesor, desayunan, almuerzan, cenan juntos y ven la televisión. Recitan todos los días un poema distinto. Ella continúa en su trabajo de mesera y la vida cada vez más monótona comienza a pesar. Ella decide irse sin decir nada. Simplemente desapareció. Él espera sentado frente a la puerta su regreso, camina como alma desolada con la esperanza de encontrarla. Pasados varios meses él repite la misma rutina sin cansancio y sin dormir. Un día se apaga su luz. Esa luz ya se había apagado cuando decidió ser una persona normal y dejar de ser el loco de los poemas. Se cierra el telón y se prenden las luces. El aplauso es de pie, algunas lágrimas ruedan por las mejillas del público. El sentimiento de ver una obra en vivo embarga el auditorio que no se puede abrazar, ni siquiera apretarse las manos. Las mascarillas no permiten ver las sonrisas, pero los ojos se han vuelto comunicativos para convertirse en el reflejo mismo de su alma.

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